ALICIA

      Alicia


                                                                                           

La vista desde la ventana es una mezcla de verdes y rosas. Se distingue el verde claro de los prados con ese otro más  oscuro  que forman los bosquecillos de enebros y  fresnos. Como contrapunto, complementando el espacio, techados de teja rosa entre moles de granito rosáceo. La sensación es de calma. Una enorme paz parece dominarlo todo. Sólo, de cuando en cuando, el murmullo del viento entre las hojas, anima el paisaje en una tarde calurosa donde la  vida lo domina todo: la hierba, los insectos, los pájaros, las reses pastando en los cercados y los paisanos sesteando  dentro de sus casas. Hace calor, muchos dormitan, otros ven  televisión, otros no hacen más que buscar algo que hacer, y otros se aburren. Es la condición humana. Dentro de cada cual hay un instinto que le hace ser como es. Que le hace ocupar su tiempo de una forma determinada, como si eso fuera lo único importante, ¡Y lo hacen! Toda la vida la pasan desarrollando un plan que ni ellos mismos conocen, airándose cuando creen que las cosas les salen mal y alegrándose en caso contrario. No saben, no se dan cuenta, o no quieren saber que generalmente todo es diferente de como desean, que hay una serie de detalles que van configurando situaciones, ante las cuales, su reacción está condicionada. Muchas ideas pasan por sus cabezas, pero lo normal es que sea una y obsesiva. La analizan, la sopesan viendo los posibles resultados de esa solución, y tratan de actuar con arreglo a ella. Dependiendo de cada individuo, hay factores como la inteligencia, la cultura, o el medio donde se desarrolla su existencia, que pueden proporcionar más  o menos éxito en la respuesta inmediata. El individuo ha actuado con lógica, su lógica, pero a largo plazo,  en un espacio más amplio de la vida, esa lógica entra  dentro de las leyes caóticas  que  pueden hacerle llegar al mismo punto independientemente de la  decisión tomada. Si hubiera hecho...... Si le hubiera dicho, y efectivamente podía haberlo hecho,  dicho, pero no fue así, porque simplemente hizo lo que tenía que hacer. Si este razonamiento fuera cierto, se podría justificar la  inocencia  del realizador de un hecho punible. Lo que sólo se puede admitir desde un punto de vista moral. Tanto el realizador del hecho, como el sancionador,  están cumpliendo su cometido.  El hacedor, es sin duda alguna  responsable del hecho  a pesar de actuar condicionado, pero realmente es inocente  porque  está allí para eso. Tiene que estar en el lugar adecuado  y hacer lo que  tiene que hacer. Pese a  no querer hacerlo, lo hace. Hay una aceptación, una comprensión y un arrepentimiento, pero los hechos  que determinan la situación  no permiten otro desenlace. A pesar de todo lo expuesto anteriormente  y dado que estamos, situados en un  ínfimo espacio de tiempo- que es una vida, en un tramo lineal de la ley de la existencia-  pensamos de la forma más simple, más sencilla y más lógica, lo cual, no quiere decir, que   hayamos tomado las decisiones libremente  en el Tiempo

Pues bien. En una de esa casa  con tejas viejas de color rosáceo  y rodeada de moles de granito rosa. Él, Juan, se encontraba analizando qué había sucedido  para que aquellos sueños, se hubieran transformado en sus  vanas  realidades. Estaba viviendo un momento  creado pero no planificado por él, no sabiendo si resignarse y mantenerse en esa situación, o, intentar dar un golpe de timón y cambiar el curso de su vida...

.-”Estoy en el cenit “, se decía.

.- Los achaques de la edad están comenzando  y me siento  envejecido. No me gusta lo que veo, pero lo admito.

 En cambio, cuando el espejo estaba lejos, se sentía tan joven como en sus momentos de mayor esplendor, y se sentía bien.

.- ¡AH!!!! Se decía,

.- ¿Cómo puedo yo ya agradar a nadie si no me acepto a mí mismo? 

Juan parecía haber renunciado a la vida, se estaba muriendo lentamente, todo lo que tenía que hacer, ya estaba hecho, y se vio  de médico en médico, cuidando su glucosa, o su colesterol o su tensión  y diciéndose:

.- “Estoy en el principio del fin. Solo me queda esperar que los nietos lleguen 

 

 Verdaderamente, se  encontraba en un momento crítico de su existencia. La mayor parte del tiempo vivía con sus recuerdos  que, uno tras otro y sin  orden determinado, aparecían por su mente. Era como una película que se proyectaba en su pensamiento y que analizaba los hechos de su vida muy despacio, recreándose en sus desenlaces, sin llegar a percibir que en algunos momentos mezclaba fantasías con realidades. Fantasías que tenían por objeto mitigar el dolor de los malos momentos, o hacer más dulces los buenos, pero siempre sin intención de cambiar nada de lo sustancial. Le hubiera gustado, y así lo pensaba, haberse encontrado con cada una de las personas que pasaron por su vida para preguntarles.  ¿Sois felices? ¿Y si hubiera llamado a Alicia, aquel día después de la fiesta, en lugar de guardar para sí sus sentimientos? ¿Estarían juntos? Le hubiera encantado saber… ¿Tendría hijos? Llego a tomar el teléfono para llamarla, pero se sintió ridículo después de tantos años. ¿Se acordaría de él? ¿Le gustaría también a ella revivir el pasado? Puede que ni siquiera recordara aquel compromiso de infancia que compartían compadres, los cuales, posiblemente  consideraban más su relación  como un juego infantil que como una realidad de futuro.


El patio donde jugaba en su niñez era cuadrado. Tenia una fuente en el centro donde los vecinos tomaban el agua para sus quehaceres diarios. Una inmensa parra lo cubría en su mayor parte, ofreciendo por el día, generosamente sombra reparadora en las canículas veraniegas. Por la noche, en épocas de buen tiempo, las familias sacaban las sillas a la puerta de las casas sentándose a charlar sobre los sucesos del día, tomar un poco el fresco y distraerse con los correteos de los chicos.

 Eran varias familias las que vivían allí: los taberneros, que limpiaban y preparaban sus frascas de aguardiente  introduciendo en ellas tiras de cáscara de limón  junto al licor y de esa forma, tenerlas listas para el día siguiente. También limpiaban las botellas  de vino, lo que hacían introduciendo cáscara de huevo y una especie de cepillo circular con el que frotaban enérgicamente el interior de las mismas, después las rellenaban de vino blanco, cerrándolas para terminar con  un tapón de corcho atravesado por dos cañas, una corta y otra más larga  que llegaba casi hasta el final de la botella. Después, para ver si funcionaba  el sistema, levantaban la botella hasta el cielo con su brazo derecho, dejando salir un chorro dorado que dirigían directamente a su boca sin salpicar ni manchar la comisura de sus labios. Alguna vez los chicos distraían las tiras de limón que habían estado en maceración perfumando el aguardiente del día anterior, y las comían placenteramente, no recordaba si se las  daban o las  sustraían a escondidas. Nadie les decía nada, al fin y al cabo lo que no mata engorda y si después dormían mejor, pues bien para todos. Los plataneros así llamados porque tenían un puesto en el mercado. La familia de Pedrín. Es curioso, no recuerda nada de esta familia, ni siquiera a Pedrín. Solo queda esa frase suspendida, como si fuera el titular de un periódico, en la memoria de Juan. La familia de Pedrín no tuvo ningún tipo  de influencia sobre él, quizás eran solo actores de relleno,  figurantes sin más trascendencia. El “Tío Pedro”, el cual siempre andaba en un carrito de ruedas y se decía que le habían tenido que cortar las piernas porque se arreglaba las uñas de los pies con la navaja de afeitar y un buen día se pasó, se hizo un corte  que por falta, se supone de higiene, degeneró en gangrena. Su mujer delgada y con cara de amargada  siempre estaba cerca de él, nunca se la vio una sonrisa, demasiado peso llevaba  en su alma. Juan nunca llegó a saber si realmente era tío suyo  o si era un mote puesto  por su  afabilidad, pero de todos, el que dejo más huella fue Pepito el platanero. Pepito era de su misma edad, más fuerte  y robusto, como un personaje  sacado de Dickens. Maestro en filosofía  de la calle y de la vida, ganado a pulso por el tiempo pasado en el puesto del mercado, donde trabajaba con su familia. Pepito fue un maestro en  picardías, hablaban de muchas cosas y de entre ellas, una de las que recuerda  con mayor intensidad, fue el tratado referente a cómo tenían que ser las piernas de las mujeres. Según Pepito, tenían que ser delgadas en los tobillos y torneadas las pantorrillas, o rectas y fuertes descargando su poderío sobre el suelo. Juan miraba todas las piernas que pasaban por su entorno y no veía diferencia  por más que le dijeran  cuáles eran más o menos bonitas. Para él, todas las piernas eran iguales, simplemente no tenia desarrollado el sentido de belleza, al menos con relación a las piernas femeninas.


 Un año, los  resultados del colegio  fueron fatales para Juan  y el director del  colegio llamó a sus padres. Le prohibieron ver más a Pepito, y los resultados mejoraron. Un año después, Pepito moría como consecuencia, le dijeron, de un tumor en la cabeza. Si. Pepito fue alguien en su vida. Vive en  su memoria. Y alguna que otra vez, vuelve con su cara redonda y burlona  diciendo “No pude enseñarte todo, no supiste entenderlo”. ¡Ahora entiendo todo Pepito! Pensaba Juan,  pero ya...  ¿Para qué? Era demasiado tarde.

 

A través de la ventana contempló   los cambios de luz que iban produciéndose con el paso del tiempo, dirigió  su vista hacia el horizonte sin ver, decidió salir de allí, dar una vuelta por la cuidad, ver cosas, gentes, sintió necesidad de distraerse y sentirse acompañado.


 La carretera serpenteaba rodeando el lago .Era bonita la mezcla de colores con la luz que caía: gris la carretera, verde los prados, azul pálido el cielo. Sobrevolando  a baja altura, formando grandes  círculos, un grupo de cigüeñas  con sus largos picos amarillos, sus cuerpos blancos y sus alas adornadas con ribetes negros. Por las fechas que corrían, debían estar vigilando los nidos y procurándose del lago, el alimento necesario para ellas y sus polluelos. Más tarde, el paisaje cambiaba, dando paso a una zona de pastos, donde un rebaño de ganado vacuno mordisqueaba una hierba cada vez más amarillenta, mientras miraban indolentes en la misma dirección la llegada del vaquero  con el pienso complementario, y en el horizonte, al final de la línea grisácea marcada por el autovía, se divisaba una neblina traslúcida  que indicaba, que allí, en ese mismo lugar, miles de coches y de humanos, contaminaban sin cesar el ambiente, creando el espacio denominado  Ciudad.


Inevitablemente, cuando Juan iba a la cuidad  ya sea para hacer alguna gestión  o simplemente distraerse,  terminaba en su antiguo barrio, el cual no había cambiado demasiado. Era como el retorno a casa. Su refugio. Esta circunstancia no es solo propia de Juan, todo ser humano está influido  por las condiciones  del entorno donde se desarrolló el principio de su existencia  y   haya sido feliz o desdichado  le agrada retornar a sus raíces tarde o temprano, unas veces para recordar con ilusión, otras, para ver cargado de melancolía que ya nada existía ó para intentar quitarse de encima los fantasmas  del pasado.  No necesitaba  un pretexto concreto para ir a su barrio, pero él había encontrado uno con el cual intentaba engañarse a sí mismo: El centro comercial. Había más centros del mismo nombre  en la ciudad, pero daba igual, ese era el suyo, era el de su casa  y como tal, lo recorría, sabiendo exactamente los pasos que dar para llegar a cualquiera de los productos que quería ver. Era como el ratoncillo de laboratorio que puesto en el laberinto, hace siempre, una vez aprendido, los mismos pasos para salir de él. Realmente no le interesaba demasiado cambalachear  en los almacenes. Veía caras, cuerpos, a cada cual le creaba una pequeña historia  y él estaba en el centro de ellas. Naturalmente solo veía mujeres, los hombres habían desaparecido de su entorno. Mujeres  de todo tipo y condición,  altas, bajas, rubias, morenas. Ya sabía, después de tantos años,  distinguir unas piernas bonitas  de otras, de las formas de los culos, y de la belleza del cabello, sea largo o corto, rubio o negro, blanco o rojizo, pero no había hombres, sus ojos miraban selectivamente sin tomar  conciencia de ello, se sentía arropado, protegido por tanta mujer,  y sin embargo, ¡Tan solo!

 Es curioso cómo podemos estar solos  a pesar de compartir una vida con alguien a nuestro lado. El eterno problema  de siempre ¿Por qué no le dije? ¿Por qué  no habla? Y es que decimos y hablamos de lo cotidiano, del trabajo, de los hijos, del dinero, del coche,  pero...  ¿Y el alma?  ¿Qué pensamos realmente? ¿Cómo compartir pesares o inquietudes? Ese es otro problema, llega un momento  en el cual nuestro interior es un tabú, como si de pronto, tomáramos conciencia del daño tan enorme que podemos hacer  con la palabra  y preferimos callar  ¿Será eso?  ¿Será que en un momento dado el  mismo amor puede matar el alma? ¿O será que el alma se repliega en sí misma al ver que no era amor lo que él así creía? Es extraña la relación entre alma y amor que tiene.  Por un lado piensa que el desamor mata el alma. ¿Debe entenderse este hecho una licencia poética? Amor, desamor,  es lo mismo y es diferente, parte de un todo, principio y fin, circulo vicioso, necesidad de ambos para definir su inseparable existencia disfrazado de mil caras. Lo que en todo caso intuye, es que por amor o desamor, se puede morir, se puede desear la muerte o se puede llegar al abandono físico  más absoluto de uno mismo.

 

Alicia estaba sentada a caballito sobre un gran tronco viejo y carcomido, puede que arrastrado por alguna tormenta  y depositado en las arenas de la playa, con su pelo ensortijado de reflejos rojos, un vestido de volantes que dejaba sus bracitos al aire; sus botitas, dejando mostrar por la parte superior  unos calcetines blancos calados. Muy recta, con las manos muy próximas, junto al regazo, como si llevara las riendas de un caballo,  y mirando hacia el mar con cara de sorprendida. ¿Qué estaría pensando? Seguramente en nada, pero él no lo cree así. Esa imagen es su primer recuerdo de ella…

El sol se ponía en aquella playa de una isla cercana, donde varias familias amigas, entre las que se encontraba la de  Juan, habían decidido ese año pasar las vacaciones de verano,  y entre ellas, cómo no, también estaba la de Alicia. A su edad, Alicia era una muñequita de hermoso cabello rojo, plagado de tirabuzones y una preciosa cara redonda cubierta de picaronas pecas, destacando sobre su blanca piel. En aquel momento debía de tener ¿Ocho? ¿Nueve años?.  A él le encantaba con sus pecas y su voz dulce  ligeramente quebrada. Juan era dentro del grupo de jóvenes, de una edad intermedia de tal forma, que enlazaba entre los hermanos mayores y los pequeños, los cuales eran mayoría. El grupo de los mayores preparó una broma, le pidieron que a una indicación de ellos, hiciera mirar a los  más jóvenes   hacia las ventanas de la casona en la que se hospedaban. Él sabía en qué consistía la broma. Juan quería decírselo a Alicia, la insinuaba cosas, la decía medias palabras pero eran tímidas y terriblemente torpes. Se sabían  atraídos, muy próximos  pero no lo sabían. En sus juegos, pensaban que se casarían, pero no lo comentaban y menos a su edad, sería así y ya está. Llegó la señal, Juan, señalando hacia las ventanas de la parte superior de la casa gritó

.- ¡Mirar! ¡Mirar las ventanas! 

Estaba anocheciendo, El sol  terminando de ocultándose en el mar ofrecía sus últimos rayos de luz que sucumbían inexorablemente y sin ningún tipo de fuerza ante las sombras que empezaban a extender su poder sobre la playa y la casona. En la planta superior, por los ventanales del inmenso mirador, desfilaban unas figuras blancas luminosas-¡Ánimas benditas!-Todos miraron y hasta él  que estaba preparado se llevaron un susto de muerte. Juan en su ingenuidad, esperaba que Alicia se refugiaría en él, pero no, todos huyeron corriendo por donde pudieron, aterrorizados por la espectral visión, lo cual produjo la correspondiente desesperación de los padres  y castigo para los creadores de tan macabra experiencia. Pero esa  posibilidad de tener a Alicia junto a él no se cumplió.


La casa de  Alicia, se encontraba situada en un barrio residencial a las afueras de la ciudad.La casa  era un pequeño chalet rodeado de jardín excepto en la parte posterior, donde se había dispuesto una zona amplia en la que se encontraba un gran cenador como antesala de la piscina,  en la cual, durante toda la mañana, habían estado zambulléndose, jugando y disfrutando de su frescor. La piel de Alicia resultaba muy blanca destacando sobre el colorido de las pecas y el rojo del pelo, a pesar de llevarlo cubierto por un gorro de baño liso blanco. Lo único que queda en su recuerdo del traje de baño, es que era de una pieza y que comenzaba a apuntar la afirmación de su jovencísima feminidad. Toda ella daba  sensación de frescor y transparencia, o quizás era el olor que dejaba el agua de la piscina en su piel, que al mezclarse con el propio de ella, producía,  al menos en los sentidos de Juan, ese aroma tan especial que retiene  en su memoria a pesar del paso del tiempo, incluso sus movimientos le producían la misma sensación. No hacía más que mirarla, no se cansaba de hacerlo, mientras ese olor y esos movimientos quedaban en su mente como marcados a fuego para siempre. Siente en su recuerdo el contacto de su piel húmeda en sus juegos en el agua, contacto de brazos y piernas que le envuelven en una atmósfera especial, mezcla de belleza, juventud y felicidad. Después de comer, era habitual que los mayores descansaran con una siesta reparadora que mitigara las horas de calor  y ellos junto a su hermana Barbara, se retiraron a una estancia más fresca, un dormitorio que daba a la parte delantera de la casa, desde la cual se apreciaba la fantástica vista del jardín de entrada,  donde jugaban hasta que el tiempo les permitiera de nuevo gozar del frescor de la tarde. Sobre una cama muy grande sentada en la cabecera, se encontraba Bárbara como espectadora cómplice de todo lo que acontecía, y a los lados de ella tumbados, atravesados frente a frente, con las miradas enfrentadas y muy próximas, estaban ellos. Juan  sentía la dulce penetrante  mirada de ella en su interior, la mantenía mezcla de admiración y de algo más que no acababa de entender del todo, anhelaba decirla si quería ser su novia, o confirmar de una vez por todas si definitivamente eran novios, pero las palabras no le salían, daba vueltas y más vueltas sobre el tema mientras las chicas reían en manifiesta complicidad, a sabiendas de lo que él quería expresar pero no acertaba a decir. Él se desesperaba y soltaba un triste: 

. –Ya sabes lo que quiero decir.- Pero eso no valía, respondiéndole ellas entre miradas cómplices con un:

.- No entiendo, ¿Qué dices? Explícate mejor 

 Él lo intentaba de nuevo y su lengua nuevamente se transformaba en algodón, intuía que ella sabía lo que quería decir, pero tal y como estaba sucediendo, más bien parecía un juego de disparates que su realidad, no pudiendo estar seguro de que sus sentimientos fueran compartidos. Seguramente ella pensara lo mismo o quizás no, ¿Seria un juego? ¿Por qué no lo decía claramente? Le hubiera encantado tomarla de la mano, haber sentido que todo su aroma, sus gestos, eran para él, haberla incluso besado más que con los ojos, pero no fue así, siendo incapaz en toda la tarde de decirle nada coherente.  Desde entonces, su contacto fue mucho más espaciado, pero él continuaba unido a ella. Sólo tuvo el valor de llamarla varios años más tarde para invitarla a la fiesta que se celebraba en casa de un amigo, ese día sí que hablarían sobre ello. 


Era  un hermoso domingo de  primavera. Juan se presentó pronto en casa de Alicia. Mientras saludaba a sus padres, que salieron a recibirle apareció ella acompañada de una amiga común. Estaba radiante, ¿Tenía ya quince o dieciséis? No lo puede precisar con exactitud. Lucía un precioso vestido comprado para la ocasión,  con algún toque de color rojo, falda de vuelo hasta la rodilla, descansando sobre un “can-can”  almidonado. Salieron de la casa y con ese traje maravilloso, vestidas de fiesta, las llevó  a tomar el Metro. Ni siquiera se dieron cuenta de ser el blanco de todas las miradas, estaban completamente fuera de lugar. Ellas tampoco dijeron nada y así, charlando, llegaron a su destino. Pasaron una tarde maravillosa, bailaron  todo lo que pudieron. Juan delicadamente, ejercía una suave presión hacia él, con el brazo que rodeaba el talle de ella, sentía su cuerpo, su perfume, el aroma de sus rojos cabellos que esta vez llevaba en forma de melena corta y rizada, la miraba como la reina de la fiesta, y realmente lo era.  Se sentía muy feliz en esos instantes. Tuvo de nuevo la ocasión de decirla muchas cosas, pero tampoco lo hizo.



Alza la cabeza. No deja de perder su vista a través de la ventana. A la derecha, unas rocas redondeadas por la erosión de los siglos y apelotonadas la una sobre la otra, daban al paisaje una forma especial. Entre las grandes rocas brotaba la vegetación más caprichosa, hierbas, jaras, tomillos, enebros y musgos en las comisuras de las grietas. Ocultándose entre ellas y saltando de roca en roca apareció la figura de un gato. Sus andares seguros y felinos, su color oscuro. Sabía perfectamente donde posar sus patas para dirigirse al lugar que de alguna forma le estaba llamando la atención. Al seguir al gato con la mirada pudo darse cuenta, que a demás del gato podía notar cualquier tipo de movimiento que se produjera dentro de su campo visual. Así le pasaba con los recuerdos. Cuando quería buscar uno determinado, no encontraba nada, cuando solamente dejaba libres sus sentidos y pensamientos, es cuando los recuerdos llamaban más insistentemente a su mente y entonces sentía muchos más que se agolpaban por salir.


Hacía tiempo que se habían distanciado las familias, no había ninguna razón especial, sino las mismas circunstancias de la vida, y en esta situación, también Juan había fomentado una cierta dejadez en sus contactos con Alicia, en parte debido a su timidez y en parte esperando que las situaciones le continuaran llegando sin tener que hacer ningún esfuerzo por conseguirlas. Se encontraba seguro del resultado final de sus relaciones y no hacia mucho más por intentar mantenerlas. Un día se entero que la habían mandado a estudiar a Suiza. Por primera vez se percato de que ella, estaba en un mundo diferente al suyo, fuera de su alcance. Sufrió un gran dolor en su interior limitándose a tenerla en sus sueños, sus pensamientos, siguiendo en la distancia las noticias que de ella iba conociendo. Años mas tarde, le llega  de nuevo una terrible noticia: Alicia se casaba. Desde aquella vez, en la fiesta, no había hecho nada por retenerla, se había portado como un crío, un inmaduro estúpido, y en ese mismo momento, la borro de su vida.  No dijo nada, no quiso volver a verla, no fue a la fiesta que dieron de compromiso, ni tampoco asistió a la boda. Simplemente  abandonó, se dio por vencido.  ¿Es que no la amaba? ¿Qué estaba pasando en su cerebro para que actuara de esa manera? No es normal o es completamente inmadura su actitud. La lógica se le escapa de las manos, mejor dicho, su lógica fue no tomar ninguna decisión  y por tanto inhibirse de la solución final.  Podría haberla hablado y de hecho, cuando lo había intentado algunas veces, de su boca salían medias palabras difíciles de interpretar. Nunca habían tenido una conversación más o menos seria relacionada con el tema. Si, solo una vez. Acompañaban al padre de Alicia  a visitar a unos amigos comunes, iban hablando de los estudios, de lo que harían después de terminar, se encontraban frente a la puerta  de la casa de unos amigos, cuando, ante la sonrisa del padre, ella dijo:

.- Y entonces nos casaremos.

Puede que fuera una conversación pueril,  pero para Juan, supuso mucho más. En cierto modo, para él esa toma de posición juvenil, puede que haya sido determinante a la hora de sus decisiones posteriores  sin que nunca lo hubiera comprendido o querido entender. Pero ¿Y ella? Juan puede que amara a Alicia como un ideal siempre fuera de su alcance. Nunca se sabrá cuando esa decisión se plasmó en su mente ni que factores la motivaron.  ¿Alicia no le quería realmente? ¿Era un juego juvenil?  Mientras había intereses comunes, como podía ser su proximidad por las circunstancias de la vida, y ¿por qué no? una fuerte atracción mutua, todo parecía ir según lo previsto. Pero los intereses en uno de ellos cambiaron, Alicia en un momento determinado, modificó su conducta en función de ellos, maduró antes que él, se encontró en el momento  adecuado para cumplir  el ritual  vital de seducir al que sería el padre de sus hijos pero ese camino no se cruzo con el suyo, ni él lucho por intentarlo. Ha pasado el tiempo.  Nunca volvió a verla ni quiso oír hablar de ella. Ahora con la nostalgia del pasado, Alicia queda idealizada  y es entonces, cuando Juan siente sus dudas y fantasías. Es entonces cuando comprende lo que podía haber sido, y buscando un extraño consuelo, pensando que de todas formas  hubiera llegado a la misma situación, encontrándose  en el mismo instante teniendo análogos  pensamientos.


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