La mujerdel río

 La Mujer del Río


 


Había pasado un tiempo de gran actividad en mi trabajo, un tiempo en el cual  sólo faltó que el cielo cayera sobre mi cabeza, para que el caos hubiera sido definitivo. Después de mucho esfuerzo, parecía  que por fin había llegado un momento de tranquilidad donde todo se encontraba mas o menos encauzado, y entonces, sin encomendarme  ni a Dios ni al Diablo, decidí tomarme un respiro para reponer fuerzas y calmar mi espíritu en la medida de lo posible. ¡Me iría de vacaciones! .Decidí ir unos días a la montaña, a una casa rural que me habían recomendado una vez no se quien, pero que por un casual, la tarjeta publicitaria estaba desde hacía algún tiempo rodando sobre mi mesa de trabajo; así que sin pensarlo más preparé una ligera maleta, y decidí marcharme lo más rápidamente posible, no fuera a arrepentirme como tantas otras veces, y además seguro que aislado en el campo:  dormiría, leería, comería pasearía y volvería a dormir hasta el último día de holganza.

La casa que distaba varios kilómetros del pueblo tenía dos plantas, se llegaba a ella por un camino de tierra bien cuidado. Bordeando el camino  altos árboles centenarios  formaban un túnel de verdor al enlazar entre ellos sus inmensas ramas vestidas de un espeso follaje. Al salir de una curva, me encontré el edificio  plantado frente a una gran pradera,  y al fondo, un conjunto de arboleda marcaba el curso de un río que hacia de frontera con la ladera de unas colinas que limitaban la vista en esa dirección, y allí, en ese momento, pensé que era el lugar ideal para realizar mis planes de descanso.

Un día, paseando, llegué  a la ribera del  río y siguiendo su curso penetré  en lo profundo del bosque. El lugar era sombrío. Luces y sombras a lo largo del caudal luchaban por el dominio del espacio y la luz entre la fuerte vegetación que lo ocultaba. Era difícil caminar, siempre a punto de perder el equilibrio, esquivando raíces, pedregales, falso suelo cubierto de musgos y pequeños huecos bajo los que se veía circular las transparentes aguas del riachuelo. Iba ensimismado, pendiente de los cambios de luz, el verdor de las hojas,  y los murmullos de las cantarinas  aguas al contacto con el pedregal del fondo de la corriente. Avanzaba despacio, agarrándome como podía a las ramas de los árboles y arbustos que encontraba en el camino. De vez en cuando sobre el murmullo de las aguas, se escuchaban en un primer nivel, el zumbido, unas veces precipitado y otras envolvente, de pequeños insectos y en un plano superior el canto de los pájaros invisibles a mi vista, pero presentes por sus estridentes unos, y delicados otros, trinos y gorgojeos. Estaba lejos de la civilización, de todo ruido urbano y allí, al ir cayendo la tarde, los colores, ruidos y perfumes del bosque se intensificaban fundiéndose en una maravillosa armonía. En un momento determinado decidí volver y al girarme, vi una sombra deslizarse próxima a mi posición. Fue muy rápido, pero pude distinguir una silueta que con la rapidez del viento se ocultaba a mi vista. Por un  momento quedé sorprendido. Me había parecido una figura femenina. Miré primero discretamente, más tarde descaradamente, pero ni rastro de lo que pensaba era una mujer. Pasé un tiempo curioseando  por la zona por ver  si era cierto. Simple curiosidad de un paseante. Por una zona abrupta como aquella, puede que hubiera  alguna una casa cercana, pero no encontré nada, así que, como ya era tarde y viendo que la noche podía sorprenderme en la montaña, decidí dar media vuelta y volver al albergue. 


Miré por la ventana, eso me llevó inmediatamente al reloj viendo que era ya el momento de bajar al comedor. Siempre me gustaba arreglarme para cenar. Una buena ducha con agua caliente; camisa de gemelos, corbata haciendo juego, chaqueta oscura. Al entrar en el comedor, pude apreciar que éramos escasos los huéspedes del lugar, así que me senté  próximo a la chimenea- pues a pesar de ser principio de verano, las noches en el lugar eran frías - no tan cerca como para sentir su excesivo calor, ni tan lejos como para perder la perspectiva de los troncos quemándose chisporroteando en un rojo intenso. Es hermoso ver las llamas, me recuerdan el mar, tienen un hechizo, una atracción especial, indefinida y mística, de tal poder que pasaría el resto de mi vida compartiendo la infinidad del mar y los movimientos del fuego. Mi cena fue tranquila, no me llevó demasiado tiempo y entre el fuego y la observación de los pocos compañeros de mesa se pasó el tiempo sin darme cuenta. Estaba terminando mi deliciosa “Omelette Norvegienne” cuando el movimiento del cabello de una mujer que estaba sentada frente a mí en una mesa cercana, me recordó,  no se porqué, la imaginada dama del río. Intenté recordar todo lo que pude de ella, Fué  una sensación  muy rápida. Pero a pesar de ello, la silueta creí recordarla con cierta  con nitidez,  como a cámara lenta, con unos movimientos muy ligeros como si flotara y formara parte del lugar. 


Intentaba dormir, normalmente no me costaba trabajo; un giro a la derecha, otro a la izquierda, dejar la mente en blanco, y… ¡Buenos días! Ya había amanecido, pero esa noche era diferente. Aquella noche la mujer del bosque ocupaba mi imaginación. Me preguntaba si habría por allí alguna casa  que no hubiera visto y ella estuviera recolectando bayas o setas, quizás simplemente paseaba por allí cuando casi tropieza conmigo  y por temor se ocultó a mi vista. Miles de ideas iban y venían, cada una más loca que la anterior, así que no pude dejar de pensar en ella y sus circunstancias hasta que la claridad que entraba por la ventana, se alió al cansancio natural y el sueño me venció, no sin antes decirme que tendría que saber todo lo posible de la desconocida.


Durante el desayuno, pregunté a los camareros si sabían de alguna casa o finca en las proximidades río arriba, pero nadie supo, quiso decirme ó darme una razón. Pregunte en la recepción, noté cierto malestar, como si dijeran –por favor no  me pregunte  no deseo contestar, la pregunta es impertinente pero debo decirle algo a mi cliente- y allí  con un poco de carraspeo en la voz, o al menos eso me pareció, me informó que en lo alto del río, entre las últimas colinas había una pequeña finca.  pero que poco más podía decir . Aquello alertó más mi curiosidad así que esperé impaciente la llegada de la tarde, no podía concentrarme demasiado en la lectura, entre párrafo y párrafo me inventaba una historia diferente hasta que decidido, dejé a un lado el libro y di rienda suelta a mi fantasía.


  Caminaba  hacia el riachuelo y a través de él, nuevamente me internaba en la profundidad del bosque. El camino me pareció más abrupto y también más largo, puede que por conocer ya el paisaje o por la impaciencia de llegar lo antes posible al lugar.  Caminaba pendiente de cualquier movimiento, de cualquier ruido por normal que pareciera, y ¡Cuantos ruidos hay en el bosque! Nunca lo podía haber imaginado.  Normalmente al pasear, no soy consciente de la vida oculta que hay a mi rededor, pero al prestar atención, al fijar mis sentidos pude observar que podía ver cualquier cosa que se moviera, fuera de una hoja que cae en las aguas o ese fruto que se desprende de una rama,  o ese torpe insecto que ha calculado mal su salto y cae en  la orilla del río, o el zumbido producido por los arbustos al ser mecidos por la más ligera de las brisas. Así estaba yo, pendiente de todo, de los sonidos, y de los silencios, En cada uno de los detalles, buscaba a la mujer, a pesar de saber que lo lógico es que no la encontrara. Ascendí unos kilómetros más arriba que el día anterior en mi particular búsqueda, o al menos me lo pareció  y cansado, busqué un lugar donde descansar, Era una pequeña pradera  que  acababa ajunto a la orilla del rio, estando resguardada por la parte posterior por una zona rocosa,  y allí, mirando las aguas, apoyado en las piedras me senté a descansar. La tarde era calurosa pero agradable, la luz tamizada por el bosque daba un colorido y encanto misterioso al lugar y poco a poco y sin darme cuenta, quedé adormilado. No se cuanto tiempo estuve con los ojos cerrados, pero las sombras empezaban a tener dominio del lugar ¿Una hora? No miré el reloj, no merecía la pena ¿Para que?.  De pronto la vi. Me quedé quieto, inmóvil observando. Puede que ella aun  no me hubiera visto; era alta , delgada, llevaba el pelo recogido en una trenza  Una blusa blanca escote redondo, media manga. Miraba el suelo con detenimiento, como buscando alguna cosa. Me hubiera gustado decirle algo: ¡Hola! Buenas tardes. ¿Hace un día maravillosos verdad? ¡Este lugar es precioso! Miles de cosas estúpidas, casi incoherentes podría haber dicho, pero me quedé quieto sin atreverme casi a mirar, ni mover un músculo. Observaba sin perder detalle de su figura, cada uno de sus delicados movimientos. Me sentía como un ladrón robándole su intimidad. De pronto,  escuché el zumbido brusco de un abejorro que sin ningún miramiento, se dirigió hacia mi, e instintivamente levante una mano para espantar al atacante. Ella, Inmediatamente se dio cuenta de mi presencia y con una rapidez inaudita desapareció de mi vista. Cuando ya creí que no volvería a verla y estaba dispuesto a abandonar, se presentó de súbito ante mi…



Me encontraba en la pequeña pradera sentado, apoyado en las rocas y disfrutando de la vida que se apreciaba en el remanso que hacía el río, viendo navegar los “zapatones”. Curioso ver esos bichitos cómo apoyando solamente el final de las extremidades y con una contracción muscular, remaban a impulsos de sus patas. Las libélulas danzaban junto a los juncos, las arañas tejían sus telas  y alguna trucha   saltaba con más o menos éxito a la captura de algún insecto volador. Apareció de frente al otro lado de la ensenada, la bordeó, saltó el estrecho arroyo de piedra en piedra y se dirigió resuelta hacia donde yo me encontraba. Al verla, me levanté, me dirigí hacia ella y hablamos….


Pasaron los días. Nos encontrábamos en nuestro lugar; como si fuera lo más natural del mundo. Normalmente yo llegaba el primero, me sentaba apoyando la espalda en las rocas y esperaba su llegada. Ella aparecía entre  los matorrales como un rayo de sol  embelleciendo más aun si cabe el lugar con su presencia. Cuando hablábamos, lo hacíamos de cosas banales; del día, del tiempo, de la belleza del paisaje, de mi vida.  Me contaba  cosas sobre la flora y la fauna del lugar, de los diferentes cantos de los aves incluso de su estado de ánimo. Pero cuando mis preguntas se hacían algo más personales, una sombra cubría sus ojos y con una ligera ausencia en su mirada, cambiaba inmediatamente de tema. Nunca supe  ni  su nombre ni de donde venía.


No paraba de acariciarla, mis manos se volvían locas de placer al deslizarse por  su cara, sus cabellos… Pasábamos horas tumbados en la hierba. Nos besábamos con pasión, como si cada segundo fuera principio y fin ; después, como si fuera un rito, nos refrescábamos, desnudos como estábamos, en las frías aguas del remanso, como un descanso entre tanto amor, para después, sobre la hierba,  fundirnos en un goce amoroso donde la sentía entregada y ardiente de mi amor…



Se acababa mi tiempo. No quería, pero los días pasaban y  nada ni nadie podía impedirlo. Sentado, como era habitual a esas horas, en el porche del albergue, esperando el paso del tiempo dormitaba pensando en mi Dama del Río; sus misterios, cómo últimamente sentíamos al despedirnos una inmensa tristeza. Deseaba quedarme en el lugar para siempre, pero eso era imposible y cada vez que intentaba hablar con ella sobre el futuro o la posibilidad de venir conmigo, se transformaba; una sombra cubría sus ojos y muy seria, ponía un dedo en mis labios reclamando silencio.

 Cuando recobré la conciencia, el libro descansaba sobre las rodillas. Era ya tarde, así que rápidamente me dirigí hacia el bosque. Tardé más de lo previsto en llegar, y me senté como siempre, entre las rocas. El tiempo pasaba lentamente, empecé a preocuparme, no había rastro de ella .Esperé más de lo prudencial, se haría oscuro a la vuelta, a pesar de lo cual, decidí avanzar por la orilla del río. Como sabía que más arriba había una casa, y cerca de ella, supuse podía encontrar la carretera, así que decidí ir en aquella dirección. Estaba ya cayendo la tarde cuando el bosque se aclaró dando paso al ensanchamiento del terreno en un muy cuidado valle. Se veía que estaba todo muy bien trabajado: vacas, ovejas, sembrados donde se veían diferentes cultivos  y entre ellos una magnífica propiedad, muy  cuidada de dos plantas. El edificio principal estaba pintado de blanco resaltando sobre el verde que le rodeaba. Según me acercaba, vi gente circulando por los alrededores, Junto al porche una  pequeña camioneta. Al acercarme a la casa, una mujer salió a recibirme. Era una mujer madura, de edad indefinida, entre los cuarenta y los cincuenta diría yo. Según me aproximaba, aprecié que se parecía enormemente a la mujer del bosque. Quedé sorprendido, pensé que posiblemente la mujer era su hija o su hermana-  no tuve el valor de preguntar-.  Al llegar a su lado, después de los saludos de rigor, le comenté que estaba hospedado en la casa rural río abajo y que habiendo decidido dar un paseo por el bosque,  me había adentrado quizás demasiado temiendo se hiciera de noche, había decidido salir por aquel lado, buscando la carretera de la que había oído hablar y volver por ella. Mientras le hablaba, mis ojos buscaban por todas partes la posibilidad de encontrarla allí, ver algún rastro, algún detalle que me confirmara su posible presencia. La dama fue muy amable. no sólo me indicó el camino, sino que puso a mi disposición el acercarme a mi residencia, así que hizo los preparativos oportunos para que un sirviente me acercara con la camioneta. Durante el camino de vuelta, intenté sonsacar a mi acompañante algo sobre los habitantes de la casa, pero poco me dijo. El llevaba poco tiempo en el lugar, la dama estaba casada y tenía dos hijos pequeños que estudiaban en la cuidad, eran buena gente y tenían poco contacto con los lugareños del rededor. De mi amada nada, absolutamente nada pude sonsacar así que me concentré en el camino, mientras le daba vueltas a lo que empezaba a considerar un misterio. 

Las vacaciones llegaron a su fin. Varias veces me había acercado hasta el remanso y esperado inquieto la presencia de la mujer, pero nunca más apareció. Estaba completamente enamorado y me negaba a renunciar a ella. Intenté encontrar algún indicio  sin resultado. Cuando intentaba de nuevo preguntar por la dama del río, o no me daban razón o callaban con un movimiento de cabeza así que  con un gran pesar en mi alma hice mis maletas y abandoné desesperado  el lugar.

Mi incorporación al trabajo, mitigó en parte la angustia que llevaba dentro, no podía concentrarme totalmente pero al menos tenía poco tiempo para poder pensar. El problema era cuando llegaba la noche , entonces mi cerebro se llenaba con las imágenes vividas junto aquel río. Recordaba los paseos bajo los árboles, sus negativas a hablar de ella misma, sus besos apasionados, las mil y una caricias que le daba y sus respuestas  tan tiernas, tan llenas de amor y pasaba las noches en vela pensando qué hacer y envolver en su busca

Por fin, ya sin poder aguantar más, fui de nuevo al lugar, pero en vez de ir a la casa rural, me dirigí directamente a casa de la dama que tan gentilmente me había recibido en su casa.

Quedó sorprendida al verme bajar del automóvil, parecía que de momento no me había reconocido, después se dirigió a mi  amablemente y me preguntó si me había perdido nuevamente; sonreímos y una vez roto el hielo, le dije que hacía tiempo que estaba muy preocupado y que estaba allí por ver si casualmente podían ayudarme a encontrar algo de paz. Pasamos al salón nos sentamos delante de unos cafés y allí empecé a contarles de mis paseos por el bosque, de la dama del río, y de cómo al no encontrarla de nuevo, llegué hasta allí, donde pude apreciar el extraño parecido entre ella y la mujer de mi vida

Ella escuchaba mis palabras con atención y preocupación muy extrañada, y silenciosa . Cuando terminé la historia me tomó de las manos y me miró fijamente.

.- No sé cómo empezar- me dijo- es una historia fascinante que me llena de dolor: la mujer de la que me habla era mi hermana.

Ya era tarde cuando salí de la casa. Era muy extraño, pero me sentía lleno de paz. La tristeza empezaba a abandonarme. No lo se explicar correctamente, ni quizás tampoco sea importante.Me sentía incapaz de pensar demasiado claramente, pero cuando al subir al coche, lancé una última mirada hacia el río me pareció sentir una caricia de su mano en mi mejilla y la dulzura de un beso eterno.

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