Cosas que pasan
Cosas que pasan
Caía el atardecer sobre
aquella magnífica playa. Poco a poco el sol iba cayendo hacia el horizonte
marino resaltando sombras violáceas y aguas plateadas. El mar estaba en
perfecta calma y las olas se dedicaban a acariciar suavemente las blancas
arenas. Mientras admiraban la puesta de sol, caminaban con las manos enlazadas.
Las huellas de los pies descalzos dejaban una ligera marca que el agua se
encargaba de borrar. Algunos pájaros marinos, revoloteaban en su proximidad. No
estaban más que ellos en aquél idílico lugar. Se sentían felices y contentos
después de una jornada maravillosa. Acomodaban su paso cadencioso, mirando unas
veces al sol yaciente, otras sus
ojos cargados de pasión. En ese embelesamiento, él no llegó a observar un
ligero movimiento del pié izquierdo de su enamorada, cargando el peso del
cuerpo sobre el lateral del pie, ayudado por un desplazamiento de la rodilla en
el mismo sentido. Es más, si lo
hubiera apreciado, habría posiblemente pensado que intentaba evitaba alguna
coquilla escondida en la arena. Lucían una maravillosa sonrisa de enamorados.
De pronto se escuchó un sonido hueco, profundo, se podría decir que redondo.
Ninguno de los dos se inmutó, por un momento rehusaron una mirada, ¿Puede que
por temor? Tan solo fueron unos
segundos de impavidez… Se le cayó
–pensó el- con intento no cumplido de mirar hacia sus talones por si lo
encontraba. Se escapó- pensó ella-
mientras disimuladamente intentaba caminar un poco más ligera. Se
miraron tiernamente después de unos segundos. Había amor en sus ojos …y el sol
terminaba de esconderse en el horizonte…
Era noche cerrada, hacía
tiempo ya que se habían acostado. Después de calentar la cama con sus cuerpos y
haberse dado un par de “achuchones”, ella se giró hacia el lado izquierdo de la
cama, y después de desearla buenas noches, él también lo hizo del derecho. No podía dormir si no lo
hacía sobre el lado derecho, pues decía
que sobre el izquierdo, escuchaba los latidos de su propio corazón y eso le
ponía nervioso o al menos así lo creí él. De pronto un sonido hueco, grueso y
rompiente con un punto sutil de
trompetilla le despertó. Abrió los
ojos sin moverse paralizado de pavor. Estaba asustado. ¡Había sido él! ¡Puede
que la hubiera dado en la espalda o en pleno vientre!. ¡Puede que la hubiera
despertado!. No se atrevió a moverse, evaluó despacio la situación. Silencio total… No se escuchaba nada,
pero no tenía valor para moverse
así que decidió fingir una respiración un poco más rítmica, más fuerte, intentando parecer dormido. Disimuladamente subió un poco el embozo del
edredón. ¡Nada!: de ese lado no había peligro, así que más tranquilo, fue
recuperando la calma hasta quedar de nuevo dormido…
Estaban acostados, veían
quien sabe qué en la televisión cuando, escuchó la risa cantarina de ella ante
una situación cómica que se desarrollaba en la pantalla. Era una de esas
escenas típicas de enredo de personas que entran y salen de la misma habitación
por puertas diferentes y que tan propicias son a la hilaridad. Ante la risa de ella, giró la cabeza y
la besó. Fue un beso dulce inmediatamente respondido en un acto reflejo del
amor que se tenían. Se besaron las bocas, los ojos, el cuello, de nuevo las
bocas… Se buscaron con pasión y poco a poco se fueron enredando en un hacer
amoroso donde manos y cuerpo se confundían en un deseo que empezaba a ser
descontrolado, Ella se quitó el ligero camisón y la chaqueta de él saltó por
los aires. Besos, risas, caricias, Él estaba sobre ella sintiendo el contacto
suave de sus pieles, la caricia de sus cuerpos, de sus sexos. Ella abrió las
piernas esperándole, el se introdujo en ella. Ella subió las rodillas en
dirección a su frente facilitando de esta forma un mayor contacto y en ese
momento, según subía sus rodillas, se escucho un ruido hueco, profundo,
revelador, un señor ruido en toda su majestuosidad… El quedó sorprendido, fue
un segundo, puede que menos y se dijo- ¡que caramba, estas cosas pasan!- Pero
ya no fue todo igual, algo había cambiado y otras veces, en una situación
parecida, seguro que el temor a ser sorprendidos les cruzó por la mente y en su
fuero interno escuchaba una
vocecita que decía..-¡Esta vez no!
© Rafael Serrano Ruiz
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